Vaya por
delante que no soy ni futbolera, ni taurina. En resumen, que soy una especie de
“bicho raro” en un país donde las pasiones se desatan con ambos espectáculos.
No me gustan ni el fútbol ni los toros, pero cuando me invitan a un buen
partido o una buena faena disfruto con el espectáculo y la parafernalia que se
monta en torno a los acontecimientos deportivos. Valoro y respeto mucho a los
aficionados y por supuesto el esfuerzo físico, el coraje, la destreza y la
valentía de estos deportistas del balón y de esos artistas del capote que se
enfrentan en el ruedo a un animal tan bello y noble.
Puedo opinar
de ambas cosas desde la distancia y con la frialdad de quien no se siente
concernido por un debate que levanta pasiones o, mejor dicho, las desata. Estos
días he leído, con atención, una carta del torero Sebastián Castella donde bajo
el título “Vivimos una persecución política”, hace un alegato en defensa de su
profesión basado en la libertad. “Soy francés afincando en España desde hace
casi veinte años. Siempre he admirado a los españoles como pueblo que,
históricamente, ha defendido y luchado por la libertad. Y, ahora, sinceramente
no lo reconozco. Cada día presencio con estupor como se vulneran derechos
fundamentales como el derecho a la libertad y la seguridad, (…) el derecho a la
libertad de pensamiento, (…) a la libertad de expresión y libertad de las
artes…”.
El torero
dice, abiertamente y sin pelos en la lengua, que el mundo del toro se siente
perseguido y recuerda como se les llama “asesinos” para degradarles. No le
falta razón porque, efectivamente, estamos en un curioso país donde se puede
llamar asesino a un torero o a un presidente del gobierno -que tuvo la gran
desgracia de tener que gestionar el mayor atentado terrorista de nuestra la
historia-, pero para algunos es intolerable que se llame asesinos a los
cobardes de ETA -que sembraron de sangre y dolor España de norte a sur y de
este a oeste- en nombre de una supuesta entonación independentista. Castella
pone el dedo en la llaga al calificar de “persecución ideológica” algunas
actitudes absolutamente intolerantes de algunos políticos contra el mundo del
toro y los aficionados a quienes pretenden estigmatizar presentándoles como
algo antiguo y casposo, impropio de una sociedad avalada. “Se nos priva de
nuestro derecho al trabajo cerrando plazas por capricho de quienes, enarbolando
la supuesta bandera de la progresía, se creen en el derecho de arrebatarle la
libertad a un pueblo que necesita políticos que gobiernen para todos, incluido
los millones de aficionados”. Es verdad que algunos gobernantes, cuando
prometen su cargo, parece que lo hacen sólo para cumplir la voluntad y dar
satisfacción a quienes piensan como ellos y no para el conjunto de la
ciudadanía, de lo cual tenemos múltiples ejemplos en los tiempos que corren.
Dice el
maestro que “el toreo no es izquierdas ni de derechas. No es político. Es del
pueblo. Es de poetas, pintores y genios. De Lorca, de Picasso, dos artistas
poco sospechosos de ser fascistas ni asesinos…”. Se equivoca el torero porque
aquí todo tiene una impronta ideológica y nuestro país está a rebosar de miopía
partidista. Los líderes políticos de todas las ideologías en vez de inocular el
consenso -que tan bien nos funcionó en la reparadora transición- están
inoculando el odio y la división. Cada vez que uno de ellos entona el “y tú
mas” o utiliza el parlamento como una escuela avanzada de insultos al
adversario político, está diciendo a la sociedad que el odio es una opción, en
vez de mostrarle el camino de la tolerancia, en la discrepancia ideológica.
Este es un país de blanco o negro, que no sabe apreciar los tonos grises. Es un
país de brocha gorda, que desprecia el pincel fino, un país del “conmigo o el
contra mí”, pero sobre todo un país donde el concepto “libertad” -con el que
algunos se llenan la boca- se torna en una palabra vacía cuando se contrapone a
lo que uno piensa. Aquí todo es política o mejor dicho miseria partidista, sí
señor.
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