martes, 22 de septiembre de 2015

Van Gogh, un asunto de familia. REPORTAJE.


Tras las celebraciones del 125º aniversario de la muerte de Van Gogh la conmemoración culmina en septiembre con la apertura de un nuevo acceso en el museo de Ámsterdam.

Hablamos con el sobrino biznieto del pintor sobre su legado artístico y humano.



La exploración de uno mismo
Todos los años, la escena se repetía el primer día de clase. Al pasar lista, los profesores respiraban profundamente un segundo cuando llegaba el turno de Vincent Willem van Gogh, sobrino biznieto del pintor holandés. “¿Eres… pariente suyo?”, preguntaban casi de forma retórica. Cumplido el ritual y explicada la afinidad, al muchacho le dejaban tranquilo durante el resto del curso. Ahora que tiene 61 años y asesora al museo que lleva el nombre de su tío en Ámsterdam –es una especie de embajador cultural–, su tarjeta de visita le presenta como V. Willem van Gogh. Un pequeño truco que despista al principio y explica con modestia: “Hay suficientes Vincent en la familia”.
El sobrino biznieto del artista habla arropado por un mural en tonos sepia que resume la vida y obra de su ilustre antepasado en una sala de reuniones del centro. Entre sus tocayos destaca su abuelo, Vincent Willem, claro. Era el único hijo de Theo, el sufrido hermano y receptor de 651 cartas del artista, muchas ilustradas. La correspondencia completa suma 819, dirigidas también a otros colegas, o bien a la madre y una hermana. Es una cifra abultada, mas no excepcional. Monet, el impresionista parisiense, superó las 3.000. De su compatriota Delacroix, padre de la escuela romántica francesa, se conservan 1.500. Lo verdaderamente valioso de las misivas es que deshacen el equívoco de la dependencia fraterna de un creador en busca de su identidad. Muestran que la intensidad del vínculo era doble y los hermanos se apoyaban por igual, algo que el sobrino está empeñado en demostrar.
Es un hecho constatado que Vincent se amparaba en Theo y sobrevivía, y pintaba, gracias al estipendio y los materiales que recibía de este. También lo es su plan vital, porque en las notas esbozaba los cuadros que bullían en su cabeza y deseaba ejecutar. “Pero lo más importante es que ambos se necesitaban mentalmente, algo de lo que no suele hablarse”, insiste el sobrino biznieto. “Era una sujeción mutua. Theo pensaba que Vincent era grande. Estaba metido en el negocio del arte y animó la evolución pictórica de su hermano mayor. Vincent, por su parte, volcaba en sus escritos su alma. Se alimentaban uno a otro, y cuando llegó el suicidio, murieron casi al mismo tiempo. Mi tío, de su propio disparo el 29 de julio de 1890, a los 37 años. Mi bisabuelo, el marchante, apenas seis meses después (supuestamente de sífilis) a los 33 años”.
La casa donde nació el pintor
 Su teoría iguala a los hermanos y propone una doble imagen novedosa: el artista febril a la espera constante de remesas, y el hermano deseoso de recibir otra carta excepcional. Empeñado como está en despejar equívocos sobre la vida del artista, Willem, casado desde 2007 con una cubana, no duda en abordar el ya legendario tema de la salud mental de Vincent. “Se han escrito por lo menos 400 libros o ensayos. No soy médico ni psiquiatra, pero sí tuvo obsesión por su arte y depresiones. Y sí, creo que se suicidó. No hubo terceras personas, como sugiere la biografía Van Gogh: la vida, de los estadounidenses Steven Naifeh y Gregory White Smith”. Los escritores apuntan que la bala que le costó la vida fue disparada, accidentalmente, por un adolescente que jugaba a los vaqueros en un trigal en la propia Auvers-sur-Oise. Para evitarle el reformatorio, el pintor no le denunció. En su lugar, regresó a casa y dio una explicación incoherente de lo ocurrido. Dos días después, la infección desen­cadenada por el balazo le produjo la muerte.


El sobrino biznieto de Vincent van Gogh está empeñado en demostrar que el vínculo con Theo era doble y los hermanos se apoyaban por igual.



Frente a sí mismo
Sentado frente a un austero té, y en una mañana de luz gloriosa, de esas que el cielo del norte europeo regala pocas veces, el embajador cultural agradece el esfuerzo de los escritores. Pero aporta un testimonio familiar: “Es una biografía estupenda, de las mejores que se han publicado. Sin embargo, no comparto la versión de cómo fue el final. Los autores asumen demasiadas cosas sobre lo que pudo pasar. Theo lo vio al día siguiente del tiro y le preguntó si había sido un suicidio. Vincent respondió que sí y que era hora de irse. ¿Por qué iba a mentir a su hermano y mentor en el último momento de intimidad?”.
 El pintor sigue inspirando con su obra porque sabemos cuánto le costó el arte. Era a su vez un europeo moderno: hablaba inglés y francés y viajó a Bélgica, Inglaterra y Francia. Hasta donde pudo, llevado por su arte. “Fíjese, por otro lado, en la adoración de los japoneses. Cuando llegan al museo y ven las telas de los almendros en flor, la empatía es instintiva. Hay algo en la exploración de uno mismo que les atrae. En China, su obra sobrevivió incluso a la Revolución Cultural de Mao. Allí es apreciado porque era autónomo. Como pintor, no quiso formar parte de la burguesía y no retrataba a los ricos, sino a la gente corriente”.
Willem asegura que su familia está muy unida y que suelen citarse todos, cada dos años, en algún lugar que fue especial para el pintor. En esta última ocasión ha sido en Auvers-sur-Oise, con motivo de la presentación del Atlas de Van Gogh. Una obra que recorre los lugares señalados, desde los balbuceos artísticos en Holanda, de paleta oscura y motivos campesinos, hasta el estallido de luz y color de Francia. “Somos unos 30, y nos reciben bien porque la gente siente afinidad por la peripecia vital del pintor. Eso sí, entre nosotros hay de todo, ingenieros, juristas, historiadores o sociólogos, pero nada de pintores. Es imposible competir. Sin duda, el que tenía más talento era mi primo Theo, el cineasta [asesinado en 2004 por un islamista holandés de origen marroquí]”.


Museo Van Gogh
Después de tanto esfuerzo y metros y metros de lienzos sin vender, Vincent expiró al borde de la fama. Tan tópico como cierto. Tras el entierro de Theo, su viuda, Johanna Bonger, se vio en casa con un bebé y 450 pinturas y 700 dibujos originales. Convencida de la valía de su cuñado, se impuso la tarea de hacerle justicia. Aunque solo se ha podido comprobar la venta, en vida del artista, de una tela, El viñedo rojo, Van Gogh intercambió cuadros con colegas como Émile Bernard, Toulouse-Lautrec y Gauguin. Renoir y Manet le consideraron uno de los mejores vanguardistas. “Si bien durante su estancia en La Haya también había vendido algunos dibujos, cuando falleció era un desconocido para el gran público. De todos modos, eso de que era un hombre aislado es otro mito. Intenso, conflictivo, trabajador y estudioso sin descanso. Seguro. Chocó con Gauguin, sin duda. Pero era amigo de sus contemporáneos, salió a pintar al campo con Seurat y compartía tardes con ellos en los cafés de París”.

Aun así, lo que le lanzó a la fama fue el tesón de Johanna. Ella organizó exposiciones y vendió obras a colecciones y museos. Como había varias repetidas, por ejemplo, las cinco versiones de Los girasoles, pudo escoger los compradores y quedarse alguna. En Holanda, la primera muestra de envergadura llegó en 1905, en el Museo Stedelijk, de arte moderno, de la capital. “Piense que cuando Vincent pintaba a destajo en París, la fama era distinta”, prosigue Vincent Willem. “No suponía que los aficionados compraran a grandes precios. Era otra dimensión. Por eso mi tío ansiaba tanto una buena crítica. Creía que pintar era un oficio democrático y siempre quiso ser apreciado”.

Después de vender 250 obras y promover la publicación de la correspondencia del artista, la tía Jo, hija de un corredor de Bolsa y una de las fundadoras del movimiento socialista holandés de mujeres, se quedó con las 200 restantes. Van Gogh ya era famoso, muy famoso, y había que hacer algo más. A la muerte de su madre, en 1925, Vincent Willem sénior heredó la colección. En su casa, las telas estaban en el comedor y repartidas por las habitaciones. “Era mi abuelo y no reparé en lo que suponían hasta unas vacaciones de verano. Tendría unos 10 años, y al entrar en la habitación de un hotel en Francia, vi una reproducción de Los girasoles. Entonces pensé que la cosa iba en serio”. Después de abundantes antológicas y cesiones temporales al extranjero, el Estado holandés propuso en 1960 la creación de la Fundación Van Gogh. El actual museo abrió sus puertas en 1973.
El País.

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