domingo, 12 de junio de 2016

Por qué no votarles

Eloy Fernández Clemente 



En un anterior artículo expliqué mis graves discrepancias con la política del Partido Popular, en lo económico, lo social, lo político, lo cultural. Hoy me propongo algo más complejo y sutil: explicar por qué razones no votaría al resto de los grandes partidos o coaliciones, y por qué, a pesar de todo, acabaré votando a una lista de izquierdas.

1) Porque el voto a Ciudadanos, se ha dicho hasta la saciedad, apoyará a una versión blanca del PP. Conservadores con mejor estilo, muy enérgicos con la corrupción, pero con propuestas económicas duras. Aunque pactaron con el PSOE, se opusieron rotundamente a un tripartito con Podemos (las líneas rojas naranjas y moradas fueron innegociables), que ya podría llevar meses gobernando... y quizá deba repetir intento. Pueden, sí, seguir obteniendo apoyos de los abrumados por las malas prácticas del PP, o cansados ante el PSOE y temerosos de Podemos.

2) Los socialistas podrían y deberían ser el gran referente del centro izquierda, tan numerosa opción tradicional, pero ofrecen una imagen penosa de falta de apoyo a su líder, que ha realizado campañas dignas y razonables, sin perder imagen, pero casi desfallece ante tantas reservas, barreras y prohibiciones cuando no ataques de sus compañeros "barones". ¿Quién se anima a votar a alguien que ellos dicen que en cuanto pierda será relevado? A mi juicio, el otro gran problema del PSOE es que el viejo gran partido parece incapaz de hacer autocrítica; de usar imaginación renovadora, propuestas brillantes; de ofrecer una imagen menos sumisa con los grandes poderes económicos; de decirle a Felipe González que los jarrones chinos deben estar en un rincón calladitos. Y de que, a pesar de sus protestas, acaso con el miedo y odio de muchos de sus mandos a Podemos (que no tanto las bases), acabe prefiriendo gobernar con el PP o abstenerse para dejarle hacerlo. Ese abrazo del oso sí que sería el comienzo de su fin.

3) El caso Podemos, ahora en coalición con Izquierda Unida, ha cambiado en estos meses. De una parte, alegra mucho que esta pueda saltarse las trampas de una ley electoral injustísima, y acercarse, probablemente, a los escaños que sus votos siempre le habrían merecido. No he sido nunca comunista, pero tampoco anticomunista y colaboré con ellos con frecuencia durante el franquismo y la transición. Que sí, fue modélica en muchas cosas, pero luego resultaron incapaces los partidos, enfangados en intereses, privilegios, poltronas, de limpiar, mejorar y actualizar profundamente de la Constitución abajo muchas cosas. A Podemos le agradezco haber puesto el país patas arriba, encauzando el 15-M y a tantos izquierdistas y abstencionistas desesperados, ofrecer otro lenguaje y otro estilo político (con puestas en escena fallidas en varias ocasiones). Pero su obstinación en no explicar con toda claridad sus relaciones con Venezuela es un gran error, porque sugiere más de lo que quizá hay. Sus broncos desafíos al PSOE, su escasa explicación más allá de grandes rasgos económicos, su astuta utilización de la televisión y las redes, les ganan adictos entusiastas, y despiertan odios extraordinarios en mucha gente de orden. Acudí el viernes, 3 al estreno de un buen documental de León de Aranoa, Política..., en los tan alejados cines Yelmo, porque ¡solo allí y solo a una determinada hora (que se adelantó sin avisar) podía verse! Junto al protagonismo simpaticote al que nos tiene acostumbrados Pablo Iglesias, resultó didáctico y claro, serio y razonador Íñigo Errejón.

4) No tengo que decir que, votante durante lustros de CHA, al no presentarse esta formación aragonesista de izquierdas, debo elegir entre la opción socialista y la ahora autocalificada con cierto oportunismo de "socialdemócrata". He votado pocas veces al PSOE (a Marraco, a Biescas, a Juan José Rubio hace poco), porque sintiéndome cerca de su mejor historia y teoría, encontré muy lejanos a muchos de sus dirigentes. Leo mucha prensa, de papel y virtual, escucho algunos de los pocos debates respetables, veo la información, ya cansina y aburrida, recurrente.
Y cuando escribo, soy uno de los cientos de miles, quizá millones de indecisos. Pero votaré, acaso barajando las dos papeletas de izquierdas, a ciegas y comiéndome la otra para nunca saber qué voté. Pero como un deber, temeroso de lo que salga y lo que resulte luego. No sé bien si esos candidatos, y una gran masa de votantes, que ven deshacerse en sus manos como una humilde mariposa tantos sueños, son realmente conscientes de lo que se juega España.

Catedrático jubilado.
Universidad de Zaragoza

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