viernes, 1 de julio de 2016

SIN SALIDA

Del ‘Brexit’, nos quedamos con la deshonestidad, chapucería y cinismo que caracteriza tanto a los que convocaron el referéndum como a los que lo han ganado.

Casi tan grave como la victoria del no en el referéndum británico es la ausencia de un plan que pueda dar cumplimiento al deseo que los votantes expresaron el jueves. Porque una cosa es debatir si los referendos son una buena o mala idea, cuándo o cómo se deben convocar y sobre qué materias pueden versar o no —cuestión sobre la que caben múltiples posicionamientos, todos legítimos—, y otra bien distinta es convocar a la población a manifestarse sobre un tema tan crucial como la permanencia en la UE sin haber dedicado un minuto a pensar cómo se ejecutaría la voluntad de la ciudadanía caso de salir el no. Por esa razón, del Brexit, más que con un debate de altura sobre la democracia directa, la soberanía popular y las virtudes y defectos del proceso de integración europeo (¡ojalá pudiéramos elevarnos tanto!), nos quedamos con la deshonestidad, chapucería y cinismo que caracteriza tanto a los que convocaron el referéndum como a los que lo han ganado.

A un lado en el cuadro de la desvergüenza tenemos al perdedor, David Cameron, que en lugar de acatar el resultado del referéndum y al día siguiente llevar a la Cámara de los Comunes un proyecto de ley para notificar a la UE el inicio del procedimiento de salida, anuncia su dimisión, convoca un congreso del partido y deja a un eventual sucesor surgido de unas elecciones generales a celebrar en octubre la decisión de cómo proceder. Y al otro lado tenemos al ganador del envite, Boris Johnson, aún más desvergonzado, que no solo insinúa una renegociación y otro referéndum sino que sostiene sin atisbo de rubor la delirante fantasía de que (una vez él sea el primer ministro, claro está) Reino Unido saldrá de la UE, se desvinculará de sus normas, dejará de contribuir al presupuesto comunitario y cerrará la puerta a los ciudadanos comunitarios, todo ello a la vez que empresas y ciudadanos británicos podrán seguir comerciando y estableciéndose libremente en el continente sin perjuicio alguno. ¿Se necesitan dos líderes para negar una sola y aplastante realidad? Vaya con la cuna de la democracia, el parlamentarismo y el fair play.

EL PAIS.

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