domingo, 11 de septiembre de 2016

Funcionarios

VUELO SIN MOTOR






FÉLIX TEIRA

Yo también sé chistes de funcionarios. ¿Sabe aquel de las banderillas que pican y no pican? El funcionario toma largos cafés, llega tarde y se va pronto. ¿Y pica? Qué risa. He pasado unos días en las abarrotadas salas de espera de un hospital público. Al cabo de una semana salí cambiado. Advertí la diligencia de los enfermeros, la eficacia de los médicos y el trasiego de los celadores. Todos desbordados. Observé una reunión precipitada de especialistas antes de tomar una decisión, la consulta ansiosa del resultado de un escáner... Me agradó el entusiasmo de dos cirujanos que informaban a los familiares del éxito de una intervención. Aquellos funcionarios estaban a la altura de lo que hacían, reparadores de la vida. Practicaban el oficio con amabilidad y en ocasiones con el lubricante de una sonrisa. Cuando después de una semana de hospital, larga como un mal año, abandoné el centro, me sentí un diminuto ciudadano que ha contribuido a levantar el sistema de salud. A nadie le iban a cobrar ni se le negó la asistencia. Si somos capaces de sostener el sistema, el país merece la pena. Un país respetable. Me sé más chistes de funcionarios docentes, esos que trabajan unos días y sestean medio año. Les entregamos la mejor prenda, nuestros hijos. Los expertos aseguran que en la formación de una persona intervienen tres factores: la familia, la educación y el ambiente social. El 33% que corresponde a la educación incluye un cuadro de valores, un estilo de afrontar los problemas vitales, además del cultivo de la curiosidad para abordar una profesión. En un mundo en el que las materias primas son secundarias, la fuerza es el capital humano. Postergar la educación es una necedad. Necesitamos al mejor profesorado para asegurarnos el futuro. Podría seguir citando las seguridades básicas que siempre olvidamos. Hasta que las necesitamos. Jueces, fuerzas de seguridad, bomberos... En mi afán de traer a colación un libro, recomiendo Música para feos, de Lorenzo Silva, una mirada oblicua sobre las fuerzas armadas. El funcionamiento de lo público es un abrigo contra la intemperie. Por eso no toleramos los recortes. Ni la corrupción que socava lo público. Hay cierta frivolidad en la consideración de los corruptos, incluso se les premia con votos. Puede obedecer a la tradición picaresca o a una pulsión inconfesable: yo habría hecho lo mismo. Si pudiera. Sin embargo, los corruptos no se embolsan euros asépticos. Roban instrumental quirúrgico, desmantelan ordenadores de los juzgados, destruyen aulas docentes, arramplan con prótesis de cadera, escalas de bomberos y se compran apartamentos de lujo con los laboratorios de los investigadores. Nos roban a ti a y a mí. Por eso cualquier voto a un corrupto es un escupitajo a la cara de los demócratas.


Escritor

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