viernes, 16 de junio de 2017

Orgullo

JORGE M. REVERTE

A veces asoma en La 2 de Televisión Española un pequeño pero muy apreciable testimonio de que esa televisión fue un día de hace no demasiados años un medio público, preocupado por la formación de la gente y la reivindicación de la cultura española.
Hace unos días, La 2 programó una película asombrosa: Orgullo, dirigida por Manuel Mur Oti. Y esa cinta demostraba cómo en este país siempre hubo algo de talento que podía llegar a sobrevivir incluso en el franquismo, en 1955, cuando el dictador vivía con todo su esplendor miserable reinando en un país hambriento y sucio.
No hay que olvidar el año, porque sirve para dar una idea de cómo debió de ser la pelea para que un equipo, del que formaban parte Juan Mariné, Jaime García Herranz, Salvador Ruiz de Luna, la impresionante belleza inteligente de Marisa Prado y un montón de actores secundarios, fuera capaz de producir lo que a mí me parece una obra maestra de nuestro cine.
Allí está John Ford, escondido apenas entre yuntas de bueyes y rebaños de ovejas, que recordaban a los caballos salvajes de sus películas, pero todo contado con la misma capacidad de su contemporáneo, con una fotografía formidable y un montaje ágil.
La presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, tuvo el pasado miércoles el acierto de recordar a algunos congresistas que no iba a permitir que el hemiciclo se convirtiera en una taberna o en un circo. Y creo que viene muy a cuento lo de la película para pensar que nuestra Cámara de representantes puede ser mucho mejor. Pero eso depende de los partidos políticos. Y no me refiero a algunos ejemplos de tono bronco, que tiene que haberlos.
Me refiero a la intolerable utilización de recursos machistas tabernarios, como el triste comentario de Rafael Hernando, portavoz del PP, sobre Irene Montero. En otra Cámara, la de Madrid, el consejero de Presidencia se permitió el lujo de hacer una bromita sobre la mayoría de edad de Lorena Ruiz-Huerta, diputada autonómica de Podemos.
Lo que puede hacer que nuestros santuarios de la política se conviertan en tabernas grasientas es que haya diputados que usen el machismo o el racismo como una herramienta que les parezca graciosa, a falta de mejores argumentos de la inteligencia.
Que nuestros parlamentarios se hablen unos a otros con franqueza excesiva tiene que ser tolerado muchas veces porque da idea de que un debate está caliente. Pero el recurso a ideas machistas o racistas de lo que da idea es de que falta orgullo. O talento.

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