domingo, 11 de febrero de 2018

PALACIO DE LARRINAGA








El palacio de Larrinaga es un palacio de Zaragoza de principios del siglo XX que, cuando fue construido, se encontraba alejado del casco urbano pero que, actualmente, se encuentra plenamente integrado en él.

Este edificio fue mandado edificar por el naviero vasco Manuel Larrinaga, que contrató al arquitecto Félix Navarro, uno de los más prestigiosos de la época. El proyecto es del año 1901 e iba a ser un regalo para su hijo, que se había casado con la joven Asunción Clavero, de la localidad turolense de Albalate del Arzobispo. El palacio se finalizó en 1908 pero la pareja nunca lo habitó, ya que residían en Liverpool y tenían dos residencias de vacaciones en San Sebastián y Málaga. Su objetivo era retirarse aquí, pero ella murió en 1939 y él perdió interés por la casa, poniéndola en venta. La compró Giesa, que construyó su fábrica en los terrenos adyacentes (se conserva, con el nombre de Schindler) e instaló sus oficinas en la casa. Pronto se la vendió a los Marianistas, convirtiéndose entonces en un colegio hasta que a su vez también construyeron un edificio nuevo en la parte de atrás. Finalmente la compró Ibercaja, su actual propietaria, que la restauró.

La decoración del inmueble alude al mar y al comercio marítimo, ocupación de los Larrinaga. Los materiales usados son específicamente aragoneses: piedra, ladrillo y cerámica. En 1942 el palacio fue vendido a la empresa zaragozana Giesa y, pocos años después, los Hermanos Marianistas adquirieron el edificio para usarlo como colegio-residencia. En 1993, Ibercaja compró el palacio e invirtió en su restauración.

Villa Asunción. La Leyenda de amor de un Palacio que nunca llegó a ser habitado.
No se nos ocurre mejor forma para evocar a San Valentín que con una preciosa historia de amor que tuvo su origen en la Zaragoza de finales del siglo XIX. Un flechazo que uniría para siempre a Asunción y Miguel. Un amor de los de verdad del que ha quedado un hermoso testigo mudo que todavía perdura a día de hoy. El majestuoso Palacio de Larrinaga.…

Ésta es la historia de amor de una muchacha aragonesa, Asunción Clavero y un naviero vasco, Miguel Larrinaga, de un amor que nació al amparo de la Basílica del Pilar, de una deslumbrante mansión de principios del siglo XX y, sobre todo, una historia del porvenir que, como dijo el poeta Ángel González, se llama así «porque no vienes nunca».

Zaragoza, finales del siglo XIX, dos miradas se cruzan a la salida de misa de 12, en la Basílica del Pilar, posiblemente fuera un día soleado y la tez de Asunción, aquella jovenzuela alegre y humilde luciera con un brillo especial, detalle que para nada pasó desapercibido para Miguel, un joven vasco de familia acomodada que había venido a estudiar leyes a nuestra capital maña.

El flechazo surgió de inmediato, Cupido que debía estar en aquel momento haciendo de las suyas en los alrededores de la Basílica, y acertó de lleno en el corazón de estos dos tortolitos, suponemos que con el beneplácito de la Virgen. No pasaría mucho más tiempo hasta formalizar la relación, fue el 23 de octubre de 1897, pero fue en otro templo y en otro país, lejos de España, en Liverpool, Inglaterra, donde pasarían unidos en feliz matrimonio más de 40 años.





Miguel Larrinaga pertenecía a la segunda generación de una familia de empresarios navieros vascos, con origen en Mundaka, sin embargo, el centro de operaciones estaba lejos de España. Los dos eran jóvenes, tan solo tenían 24 años y un futuro prometedor por delante. Él acababa de ser nombrado director de la naviera y el trabajo primaba sobre todo lo demás, ni siquiera acabó sus estudios en Zaragoza. La boda se ofició en una discreta iglesia católica de la calle High Park: Nuestra Señora del Monte Carmelo

Asunción, pese a su juventud, tuvo que acostumbrarse a un país ajeno para ella y muy diferente de lo que hasta entonces había conocido en Zaragoza o en su localidad natal, Albalate del Arzobispo. Lo que para Asunción fue un cambio drástico en su vida, para Miguel no lo fue tanto, él nació allí, en Liverpool y su familia estaba asentada en aquella ciudad.

Transcurrieron muchos años, los comienzos del siglo XX hicieron estragos en los negocios de la familia, la I Guerra Mundial causó cuantiosos daños en la flota de Larrinaga y los esfuerzos por mantener a flote la empresa se vieron multiplicados y a pesar de que el amor entre ambos se mantenía sólido como una roca, los años iban pasando y Asunción nunca veía el momento de regresar a su amada tierra. Si hubo un deseo que nunca se desvaneció en la mente de Asunción, fue el de regresar a vivir a Zaragoza en cuanto los negocios de su marido se lo permitieran y Miguel fue muy consciente de ello durante aquellos largos años. De alguna manera, en su fuero interno, sabía que tenía el deber de compensar a su esposa por todo el sacrificio, el amor y los hijos que ésta le había dado.
No sabemos cómo se amaban en aquella época, suponemos que Asunción y Miguel se amaron de verdad, profundamente, con un cierto estilo decimonónico, quizás con un toque más romántico si cabe que el que se respira en nuestros días. Lo que sí sabemos es, que el regalo que Miguel dedicó a su amada, se plasmó en la construcción de una suntuosa mansión, un palacio señorial digno de ser habitado por una gran dama, un lugar donde depositaron toda su esperanza de disfrutar un merecido retiro para descansar tras una larga vida de duro trabajo.

Suponemos que ambos, en la intimidad, decidieron que Zaragoza sería el principio y el final de su historia de amor.


El Palacio

En 1901 se encarga la realización de la obra de lo que iba a ser el Palacio de Montemolín, al prestigioso arquitecto Félix Navarro, siguiendo el patrón de los palacios renacentistas aragoneses con eclecticismo evidente. La obra se dilataría en el tiempo mucho más de lo previsto, fueron necesarios más de 17 años para su ejecución, sin embargo, no se escatimaron medios para dotarla de el estilo y relumbrón que demandó Larrinaga.

Se contrataron a los mejores artesanos de Zaragoza para la realización de vidrieras, mosaicos, cerámica, enrejados y yeserías. Los motivos ornamentales que se aprecian a simple vista, recuerdan el origen de la fortuna familiar, por todas partes del palacio hay barcos, anclas, maromas o caballitos de mar.

Como no podía ser de otra manera, el deslumbrante palacio se llamaría “Villa Asunción” en honor a aquella alegre moza del Bajo Aragón que lo había encandilado años atrás, una prueba más del amor que le profesó en vida. Sin embargo, como ocurre en muchas de las historias de amor que más transcienden en el tiempo, la de Asunción y Miguel tuvo un final muy triste.


El desenlace de esta historia, nada tiene que ver con enfrentamientos entre capuletos y montescos, ni con distanciamientos entre Diegos e Isabéles. Asunción solo le faltó tiempo para disfrutar del regalo que su amado había preparado para ella.

El 20 de enero de 1939, el corazón de Asunción dejó de latir, en Liverpool, lejos de su tierra y en mitad de dos guerras. El Palacio dejo de tener sentido para Miguel, parece que el destino les jugó una mala pasada, a Asunción, a Miguel y al propio palacio, que levantado con tanta ilusión y amor, quedaría como testigo mudo y expectante de un amor que nunca llegaría a habitar en él.

Miguel, desolado, abandonó la idea de vivir en el palacio, fue creado por y para su amor, ya nada tenía sentido para él y poco después lo vendió para no regresar jamás.

¡Nadie habitaría este palacio jamás! Ni siquiera los fantasmas.

Hay quien cuenta que en las noches de verano, cuando la luna llena hace acto de presencia en la noche zaragozana, se pueden apreciar las siluetas de dos personas, un hombre y una mujer, cogidos de la mano, paseando silenciosamente por los jardines del Palacio…

Resumen del artículo publicado por Juanma Fernández en Madrilanéa (4 de abril de 2013)
Historiador y periodista. Columnista en Heraldo de Aragón y escritor de artículos –muy interesantes, por cierto- en un blog de opinión en La Vanguardia.

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